Desde que Albert Einstein formulara su teoría de la Relatividad General, hace ya unos cien años, sabemos que el espacio-tiempo y la materia están profundamente entrelazados: la presencia de materia curva el espacio-tiempo y, a su vez, la curvatura del espacio-tiempo determina el movimiento de los cuerpos.
Todos estamos familiarizados con las ondas que se producen en la superficie de un lago o un estanque cuando dejamos caer una piedra. De manera similar, cualquier objeto dotado de masa que se mueve de manera acelerada es capaz de perturbar el espacio-tiempo produciendo ondas gravitacionales. Sin embargo, la interacción gravitatoria es tan débil que sólo podemos detectar las ondas gravitacionales producidas por fenómenos astrofísicos muy violentos, como por ejemplo la explosión de una supernova, la fusión de dos estrellas de neutrones o la colisión de dos agujeros negros.
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